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SEXO EN LA COCINA

Sexo en la cocina o con comida suele ser el ingrediente más común en las fantasías y aquí te traigo un tributo a ese tipo de fantasías.

1 de junio de 2024

Eran las seis de la tarde de un domingo cuando mi chico me preguntó si quería hacer tortitas con él. Yo nunca las había probado, por lo que me pareció una estupenda idea. Nos levantamos los dos del sofá de un salto y nos fuimos a la cocina. Empezó a sacar harina, huevos, leche y yo saqué un bol grande donde echar todos los ingredientes.

Comenzó a explicarme su teoría sobre el origen de las tortitas mientras echaba la harina en el bol. Como la harina tiene vida propia, una pequeña parte fue a posarse sobre su nariz y sus gafas y yo, que soy de risa fácil, comencé a reírme a carcajadas mientras intentaba, sin éxito, limpiarle. Se quitó las gafas y se limpió con un trapo la harina que le quedaba. La verdad es que estaba de lo más gracioso. Mientras le limpiaba las gafas con agua y jabón, él hablaba y hablaba todo emocionado, sintiéndose el centro de mi atención, mientras yo le miraba muy atenta. La verdad es que está muy guapo haciéndose el interesante. Estaba algo despeinado y llevaba la barba de tres días que a mí me gusta. Sin duda estaba orgullosa de tener un novio tan guapo como él.

Cuando bajé la vista al bol, el líquido para las tortitas estaba ya listo. Como siempre fue costumbre, en mi casa metí el dedo para probarlo y, cuando iba a llevármelo a la boca, mi chico muy enfadado me dijo:

—¿Pero qué haces?  —dijo cogiéndome la mano.

—¡Probarla! ¿Es que tú nunca la pruebas? —respondí.

—Si sé que está buena, ¿para qué quiero probarla? —dijo riéndose de mí.

—¿Si no lo pruebas cómo sabes que está buena?—insistí guiñándole un ojito.

—¿Y tú necesitas probar mis besos para saber si son buenos? —dijo acercándose a mí.

—¿Tus besos? ¡Ya no me acuerdo de cómo son tus besos!—dije para hacerle rabiar.

—¡Serás tonta! ¿No te acuerdas de cómo son mis besos?—posó sus labios sobre los míos y con un dulce beso me recordó eso que yo nunca olvido: su sabor, su calor y su olor. Se apartó y me miró a los ojos —¿Está bueno o qué?

—No sé, no sé yo si están buenos de verdad —para endulzarlos cogí una fresa y lo metí en su boca —A ver ahora.
Y me besó con ese dulce sabor a fresa. Sin duda mejoró mucho el beso. Cuando se separó de mí sus ojos brillaban y una sonrisa picarona lucía en su rostro. Se separó de mí y fue directo a la nevera para coger el sirope de caramelo.

—¡Eso es muy dulce! —dije temiéndome un empacho a caramelo.

—Cállate que hablas mucho —y puso un poco de sirope en el dedo índice y lo acercó a mi cuello. Lo manchó suavemente todo lo que pudo dando pequeños golpecitos y dejó el sirope sobre la bancada de la cocina.

Con una sonrisa que reflejaba sus más perversas intenciones llevó su dedo a la boca y lo chupó. El caramelo era su favorito y exageró poniendo los ojos en blanco. Con la otra mano agarró mi pelo y echó mi cuello hacia atrás. Comenzó a lamer y a chupar mi cuello suavemente. Sentí la humedad de su lengua y el calor de su boca. Iba haciendo que me derritiera por dentro. Sabía que me encantaba que lo hiciera y la verdad yo prefería que me encontrara aún más dulce con el sirope. Poco a poco la cosa entre nosotros se fue encendiendo, de modo que aparté el bol de las tortitas que corría el riesgo de caer al suelo mancharlo todo.

Le quité la camiseta para poder sentir mejor su pecho que tanto me gusta tan suave y tan caliente. Lo besé de un extremo a otro y de arriba abajo bajándole los pantaloncitos de estar por casa. Claro estaba que a estas alturas su pene ya estaría más que contento por los besos que nos habíamos dado. Es algo que siempre me ha gustado de los hombres esa facilidad con que pueden tener una erección y, desde luego, el mío era de lo más sensible a mis caricias. Un mordisco en el cuello me sacó de mis pensamientos y me devolvió a la cocina. Ahí estaba mi chico mirándome fijamente y pidiéndome más.

Me agarró el culo y me sentó en bancada de la cocina como en las películas. Me quitó la camiseta y cogió el sirope de caramelo y con un dedo empezó a mojar todo el pecho dibujando un caminito hacia mi entrepierna. Cuando consideró que había terminado su obra de arte, volvió para besar todos y cada uno de los puntos que formaban parte del camino mientras yo metía mis dedos entre su pelo.

Me sentía en una burbuja donde solo hay cabida para las sensaciones. Sé que sus intenciones eran las mejores, que le encanta darme placer, pero ¿Qué puedo decir? Hay veces que cuando nos tocan las teclas adecuadas somos nosotras las que buscamos los atajos. Así que agarré esos cabellos que estaban dispuestos a devorarme enterita y los atraje a mi boca.

—Eso otro día cariño, hoy tengo prisa —bajé sus pantalones como pude con los dedos de mis pies y cayeron hasta sus tobillos.

Me urgía tenerle y ya habría tiempo para más juegos en el siguiente asalto. Me moví hasta el borde de la cocina y él se acercó sujetando su pene. Él estaba muy caliente y yo empapada, por lo que entró suave y firme, como si conquistara su tesoro más preciado.

Yo me sentí llena, me encantaba el contraste de temperatura, casi quemaba. Comenzó a mover su pelvis a un ritmo lento para que yo pudiera tocar mi clítoris. Se centraba en la entrada de mi vagina porque sabe cómo me pone notarle entrar, siempre se lo digo. Es donde más siento y él lo sabe, mis gemidos se lo confirman, mi respiración entrecortada le indica que va por buen camino. Él se concentra, yo siento. Ajusto el ritmo de mi mano, la presión perfecta y dejo que todo surta su efecto. Mi temperatura asciende y noto como ardo. Se me hace más difícil mantener el ritmo de mi respiración y él sabe que es ahora cuando todo debe acelerarse. Su ritmo aumenta y yo estoy a punto. Se eriza mi piel, los pezones me duelen de tan erizados que están. Él entra y sale y, al fin, un grito es arrancado de mi interior. Un grito que me recorre como un escalofrío por toda la columna. Me siento flotar, me desvanezco entre sus brazos. Pierdo las fuerzas mientras él me sujeta y sigue. No para hasta que llega su orgasmo.

Me encanta que lo haga así porque alarga el mío. Es como si después de mi orgasmo existiera la opción de continuarlo y solo estuviera en su poder. Como si él fuera dueño de eso y, mientras vuelvo a la vida envuelta en tanto placer, noto como llega el suyo. Un gemido silencioso es lo único que se escapa de su garganta. Me aprieta hacia él mientras recibe las últimas embestidas de placer.

Cuando levanta su mirada hacia mí, sus labios están rojos y sus ojos perdidos. Apoya su cabeza en mí intentando reponerse. Es un momento tierno que compartimos los dos, le beso suave y le abrazo fuerte.

—Venga cariño, en marcha, ¡que me prometiste unas tortitas!

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